Tenía 18 años y supuestamente era un adulto, así que comencé a viajar cada vez más lejos, desde mi punto de vista tenía derecho a hacer lo que se me viniera en gana. Ojala y nunca hubiese sido tan egoísta.
Los lugares eran fantásticos, conocí Costa Rica, Guatemala, Honduras y Nicaragua, no lo digo para jactarme lo digo porque quiero contarte que la mayor parte del tiempo mi familia no tenía la menor idea de donde estaba, con quienes andaba o que estaba haciendo, mi mentalidad era obstinadamente egoísta, quería solo complacerme a mí mismo.
No sé cuántas veces mi familia dudo si volvería, cuantas semanas estuve ausente sin siquiera llamar para decir que estaba bien. Tampoco sé cuántas veces le robe el sueño a los seres que más me amaban.
Me avergüenzo haber tenido una conducta tan egoísta en mi adolescencia; cada vez que terminaba el semestre de la Universidad me largaba a saber dónde y ahí estaba riendo, cantando, chistando y mi familia sufriendo.
Cuando llegue a los veinte me di cuenta que la felicidad no estaba en otro país, tampoco en un buen sueldo, mucho menos en los placeres que ofrecen por ahí. La felicidad estaba en mi hogar y nunca hice el intento de buscarla ahí.
Mis padres siempre se esforzaron por darme lo mejor en sentido material, trabajaron duro porque mis hermanas y yo tuviésemos lo necesario, pero sobre todo se esforzaron por guiarnos en sentido moral y espiritual. Entre otras cosas nos enseñaron con la Biblia:
- Que nuestras acciones siempre tienen consecuencias positivas o negativas.
- Que no importa cuánto tengas; sino cuan feliz eres con lo necesario.
- Que si hay algo de valor en este planeta es tu familia y los amigos verdaderos.
- Que no venimos aquí por casualidad, Dios creo todo y tiene un propósito que solo su palabra La Biblia puede revelártelo.
- Que cuando morimos el dinero que dejamos no es mas importante que lo que hemos hecho por los demás.
- Y que nunca debes olvidar a las personas que te cuidaron, que te apoyaron y que lucharon por sacarte adelante.
Por eso lucho con mis deseos egoístas, porque el sistema me educó por muchos años a valorar las cosas materiales. No quiero volver atrás, por eso decidí simplificar mi vida, para dar espacio a mi familia, a mis valores espirituales y a las cosas que considero importantes.
Hoy mi familia sabe dónde estoy la mayoría del tiempo, trato de ayudar en algunas de sus necesidades pero sé que todavía hay camino por recorrer. Tomo decisiones basado en el bienestar de mis seres queridos, pero aun a veces soy egoísta, por eso veo por el retrovisor a aquel adolescente inexperto y me digo a mi mismo que debo continuar luchando con mi tendencia egoísta.